HOOLAAA!! Enfermeraaa!!!

Las mujeres que usan el transporte público, suelen quejarse de los apretones y los arrimones. De ranas pervertidas que aprovechan el pretexto de lo saturado de los vagones para manosear a las damas que también necesitan transportarse. Debe ser molesto estar rodeado de puros sapos verrugosos y que se pasan todo el viaje echando esas miradas lujuriosas que tanto las incomodan. Y peor, por los que intentan propasarse.

¿Pero qué pasa cuando alguien decente, se ve obligado, por lo atiborrado de gente, a no poder ceder el espacio personal que toda rana necesita?

Así sucede en ocasiones. Es molesto para ambas partes. Y de esa manera ayer subiendo al metro, como todas las mañanas rumbo al trabajo, voy cruzando la puerta, me topo entonces con una de las caritas más tiernas que he visto. Una ranita esbelta, ojos grandes de color café claro, boca chica, unos labios rojos y carnosos, bella sonrisa, cabello castaño oscuro sedoso y ondulado. Era perfección en cara y cuerpo. Su piel de tez clara la cubría con ropas blancas de algodón. Blanca la blusa, blanco su pantalón, blancos sus zapatos. Yo iba todo de negro.

No pude evitar contemplarla, mientras su mirada se veía perdida en sus pensamientos. Parecía un ángel, pero no, era una estudiante de medicina, tenía una pequeña mochila con el logotipo de su escuela, donde presumo cargaba sus cuadernos y sus notas.

De pronto las puertas se abrieron entró gente por todas las puertas con la desesperación que provocan las prisas de la mañana. Empujaron a todo el que iba parado. Entró gente por un lado primero empujándome sin remedio, luego se abrieron las otras puertas y entró gente por el otro lado. El tumulto nos acercó el uno al otro hasta que nuestros cuerpos chocaron de frente. Cuando parecía que ya no entraría ni una persona más la gente seguía empujando apretándonos uno contra el otro. Estábamos de frente uno al otro los dos mirando a nuestra respectivo lado derecho. Me encontraba tan apretado y pegado a ella que podía sentir la forma de sus curvas. Negro y blanco parecía fundirse.

Nos encontrábamos tan cerca de hecho, que si hubiera volteado la cabeza a mi lado izquierdo no hubiera habido forma de evitar rozar mis labios con su mejilla, y si los dos hubiéramos volteado nuestros labios se hubieran encontrado. Pero de reojo la podía ver. Me dediqué a analizar la frescura de su piel. Noto entonces una mirada nerviosa en su rostro, una mirada igual de nerviosa como debía tener yo, también me estaba mirando al rostro. Nuestras miradas se cruzan. Tímidamente sonreímos en el momento que el vagón se detenía.

Las puertas se abren unas pocas personas salen por las puertas, las suficientes para que nuestros cuerpos descansen, para que despeguemos los cuerpos, las suficientes para poder tener la suficiente distancia entre nosotros para poder voltear libremente. En ese instante me vuelve a sonreír, me guiña un ojo y me dice: “¿Me das permiso?” Por un segundo mi mente divagó en los 1001 significados que podían tener esas palabras. Pero la reacción debía ser obvia: ceder el paso, ella se bajaba…

Muevo dos pasos para atrás saliendo ligeramente del vagón cediendo el espacio para que ella pudiera salir libremente. Me vuelvo a subir volteando para verla, las puertas se cierran en mi nariz. El carro se comienza a mover lentamente mientras veo como ella se aleja sin voltear atrás, ni una mirada mas, ni una sonrisa mas, ni un guiño. Los dos nos alejamos, talvez no vuelva a verla. Pero su cara todavía está fresca en mi mente. Cierro los ojos y la veo en mi mente, sonriendo frente de mí. Una carita angelical gestos dulces, piel suave, ojos hermosos, sonrisa radiante, mejillas coloreadas y labios rojos.